Por Luis Carlos Ávila R
@benditoavila
Aquí, en este lado del trópico, tierra donde la propia tierra se regala, país donde los políticos, las instituciones y hasta las mentiras mienten, no nos queda nada más que preciarnos de nuestro único recurso: la malicia indígena. Ese sustantivo tan tradicional, con el que el colombiano promedio ha crecido, siempre ha tenido una connotación peyorativa, y va uno a ver y sí: aquí el vivo vive del bobo, y el bobo de papá y mamá.
Pero no todo es rencor ni ínfulas neuróticas, aunque este panorama electoral nos tenga con ganas de darnos en la jeta con nuestros contradictores. Más bien es que hace falta reivindicar esa supuesta maldad, esa forma mañosa de desenvolvernos y entender que detrás de esas colombianadas hay un altísimo potencial creativo. Y aquí es prudente aclarar que jamás se validará cualquier comportamiento que haga apología al delito o a la ilegalidad, pero sí a la astucia de quien arregla las cosas de manera inteligente.
Alirio Ardila, redactor y director creativo en reconocidas agencias de publicidad, alguna vez se atrevió a definir la creatividad como “la solución de problemas”. Punto. No es solamente eso que se hace en la agencia, en el canal, o en la reunión de tráfico donde todos presumen sus Dr. Martens: es lo que la gente hace en su día a día para salir adelante. Va uno a ver y Alirio tiene toda la razón, porque si hay algo de lo que podemos presumir los nacidos en el país del Sagrado Corazón, es de esta capacidad innata de sortear con ingenio la triste realidad que enfrentamos a diario.
Vale la pena hacer un repaso histórico, y así podremos rastrear que desde la misma lucha emancipatoria de los criollos ya se asomaba ese arrojo, ¿o qué otro país en el planeta hubiese generado su independencia rompiéndole un florero a alguien? Fue en Colombia donde se descubrió que dejando podrir la comida se obtenía trago: que fermentando el maíz nos podríamos embriagar con nuestros propios desechos.
Sin ir tan lejos, examinemos la manera en que el colombiano prepara sus alimentos, por ejemplo en un asado. Es más, ¿cómo se prende el asado? Aquí le hacemos una cama de periódicos a una vela, o en su defecto le ponemos Doritos al carbón. Algunos otros usan chispa, y los facilistas incluso cortan un par de botellas plásticas y al unirlas crean una bomba de aire para generar brasa. Ni en el MIT hubiesen logrado tamaños descubrimientos.
El colombiano promedio sabe medir calles y peinar barrios. Hablamos del colombiano promedio, pero bien promedio, no el que paga pólizas ni aseguradoras, o el que cree que nos vamos a volver Venezuela. Aquí usamos las chapas de las puertas como destapadores de botella, ablandamos la carne poniéndole cáscaras de piña o papayuela la noche antes, levantamos piedras invisibles para ahuyentar perros, e incluso colgamos bolsas con agua para espantar las moscas. Hay que tener calle para arreglarse la vida así.
La creatividad del colombiano también llega en la ciudad, y es por eso que se ven oficinistas promedio que tras usar el cajero electrónico, insertan la cédula para limpiar el lector y evitar las clonaciones. Esa misma raza pujante es la que tras ver que los buses siempre se pasan, decidió utilizar el chiflido como mecanismo comunicativo; y ya adentro del bus, escoge hacerse en la parte de atrás, que es donde liberan más rápido las sillas.
¿De dónde saldrán tantas maneras de solucionar las cosas? Basta con conversarlo con una mamá colombiana, entrenada por la vida en el fino arte de hacer rendir la sopa con agua, aniquilar los guayabos con bicarbonato y limón, e incluso quitar las manchas de la ropa con vinagre y cáscaras de huevo. Es que las mamás todo lo saben, tal como la madre patria, la misma que día a día nos pide cuidarnos y no exponernos a la calle, pero también nos enseña a sentirnos orgullosos de esta raza. Pero por si las moscas, aconseja forrar el celular con papel celofán dentro del bolsillo, para que el cosquilleo suene.