El escuadrón suicida, suicida.

Porque aprender muchas herramientas quizás no sea el mejor consejo para tu carrera profesional.

En agosto de 2016, hace exactamente 3 años, se estrenó Suicide Squad, la tercera película del universo expandido de DC comics y que pretendía competir contra el ya consolidado universo Marvel. La estrategia de los directivos de Warner Bros. fue sencilla: querían darle a las películas de Superman y compañía un tono más oscuro que sus pares vengadores. También quisieron usar una narrativa más seria e incluso una paleta de colores que marcara los claroscuros para denotar los conflictos internos de los personajes y bla, bla, bla.

Pero algo no terminaba de funcionar en las películas de DC. Man of Steel (2013) y Batman vs Superman (2016) no convencieron en taquilla; y aunque los fans intentaron defender la narrativa y las referencias a los cómics, la tibia respuesta de los íconos del universo DC no terminaban de calar en el interés general.

Y así entró en escena el Suicide Squad. La apuesta por un grupo de convictos que son obligados a cumplir misiones secretas para el gobierno a cambio de la maravillosa gratificación de servir a su país (y de que no les fríen el cerebro con los chips que les implantaron quirúrgicamente). Este grupo de bandidos pintorescos y emblemáticos de los comics incluían a Deadshot interpretado por Will Smith, la Harley Quinn de Margot Robbie, Killer croc, Capitán Boomerang y a la villana Enchantress que fue interpretada por la hermosa Cara Delevinge. Todos ellos dirigidos por una pragmática Amanda Waller, interpretada por la ganadora del oscar Viola Davis. Además de eso, los trailers de expectativa anunciaban al Joker interpretado por Jared Leto y prometían un cameo de Batman. Con todos estos elementos ¿qué podía salir mal?

Pues todo salió mal. Lo que en un principio se vendía como una historia oscura y con matices psicológicos, fue cambiando poco a poco y de los trailers iniciales sólo quedó el título. De pronto, el escuadrón pasó de tener unos tonos sombríos a estar pintorreteado con colores chillones en las últimas campañas de expectativa. La película en sí carecía de sentido, de tono, de personajes, de atmósfera y de dirección. El espectador no entendía para qué usaron una cantidad tan exorbitante de actores que en realidad no hacían nada en la pantalla. El Joker que presentaron parecía más un villano de Dick Tracy que el desquiciado payaso del crimen en comparación al que actuó Heath Ledger y la villana principal resultó tan incomprensible en sus motivaciones como los personajes en combatirla.

Al final de cuentas, de los 175 millones de dólares que se invirtieron en hacer la película, y tras ganarse un óscar a mejor maquillaje, Suicide Squad dejó el retiro de Greg Silverman, el director creativo de Warner Bros y un proyecto cinematográfico endeble que al día de hoy no ha encontrado rumbo más allá del éxito esporádico que dieron Wonder Woman y Shazam, y la gran expectativa que ha generado Joker, la película protagonizada por Joaquin Phoenix y que ni siquiera estará anclada al universo cinematográfico.

La verdad sea dicha, el problema no radica exclusivamente en Suicide Squad. Las películas que Warner Bros. y DC comics han presentado no han logrado ser los grandes blockbusters que los productores querían y proyectaban. Y buena parte de los errores se deben a la mala planeación de sus proyectos, de no haber sido capaces de cohesionar un buen manejo de los personajes y las historias que quieren contar, de estar siempre mirando a Marvel para ver cómo generar una competencia con su universo cinematográfico; y en el primer lugar del top: porque sus películas no cuentan una buena historia.

Mucha decoración de interiores, poca arquitectura

Es una verdad palpable que más importante que la elección del reparto, los grandes presupuestos en pirotécnia y animación por computador o las desorbitadas campañas de marketing, el cine sigue moviendo gente por las cosas más básicas: un buen guion, una buena dirección, un buen montaje. Simple. Al margen de qué tantas herramientas tecnológicas, recursos de sistematización o tendencias de mercado existan, al final del día hay que tener un conocimiento y una buena aplicación de las bases mismas que justifican esas herramientas para que todo funcione y la gente crea la historia que le están contando.

Si uno ve películas como El proyecto de la bruja de Blair, la primera parte de Paranormal Activity o REC, se pueden notar dos cosas importantes: primero, que tuvieron un presupuesto y una capacidad de gasto muy limitada; y segundo: que fueron éxitos de crítica y taquilla. Esas películas mostraron realmente un oficio cinematográfico de quienes la realizaron, una verdadera intención por hacer las cosas bien (sin importar como todas ellas resultaron en sus secuelas). Y no importa qué tan bueno sea M. Night Shyamalan, por ejemplo, creando películas interesantes como El protegido o Split, la gente sencillamente no le va a aplaudir bodrios como Después de la tierra o El fin de los tiempos.

Entender los principios y las bases de cualquier profesión es esencial antes de recostarse en los gadgets que hoy en día nos facilitan la vida. Claro, estos atajos ayudan, hacen que todo sea más sencillo, pero no van a reemplazar el sentido común y creerlo es insultar la inteligencia del cliente. Es importante saber de teoría de colores antes de sentarse a estudiar cómo modificar fotos en Photoshop; hay que tener buenas bases de planeación estratégica y luego sí aplicar tácticas de marketing digital en redes. Todo tiene un orden de funcionamiento y saltarse esos pasos puede terminar en resultados desastrosos. Sin importar qué tan lindo esté decorado un edificio, pocos estarían dispuestos a vivir en él si tiene altas probabilidades de que se les caiga encima.

Aunque aprender los gadgets traiga beneficios al corto plazo, no hay nada seguro en esta revolución tecnológica y digital, donde todos los días nuevas herramientas y protocolos aparecen en el mercado, hay que recordar que antes que saber utilizar los juguetes que nos ofrece silicon valley, es importante saber qué sustenta y da valor a esos juguetes.

Recordemos: «El marketing se aprende en un día. Desafortunadamente se tarda toda una vida en dominarlo”, Philip Kolter